conflicto

Cuando la cosa se pone difícil

Un desarrollo sano para su capacidad de regular conflictos.

 

Quiero empezar diciendo que el conflicto es el estado natural y normal de cosas en todos nosotros, es nuestra capacidad de regular satisfactoriamente los conflictos lo que nos ayudará a vivir de una forma más saludable. Ahora, ¿cómo ayudar a nuestros niños a regular sus conflictos?

¿Qué sabemos acerca de las condiciones que dificultan el control de conflictos en los niños? El principal rasgo del conflicto que hace difícil regularle, consiste en la magnitud de la ambivalencia entre, el impulso de obtener satisfacción o bien que el impulso de dañar y  destruir sea insólitamente intenso, el grado de intensidad (de ahí el impulso), acentuará la dificultad de regularlo.

Una clave importante respecto a la asistencia al niño, consiste en tratarle de modo que ninguno de los dos impulsos se hagan demasiado intensos y supongan un riesgo. ¿Qué tenemos que hacer como padres?

La condición es que el niño cuente con unos padres que lo aman. Si un lactante o un niño en la primera infancia gozan del amor y la compañía de su madre y también de su padre, crecerá sin una exagerada presión debida al ansia de necesidad de amor y sin una necesidad demasiado intensa al odio. Si no posee dicho amor ni dicha compañía, es muy probable que su ansia sea elevada, lo cual significa que estará buscando constantemente amor y afecto, y que mostrará una tendencia asidua a odiar a aquellos que no se los proporcionan o que le parezca que no se lo dan.

Debemos respetar sus necesidades y darnos cuenta de que negárselas supone, con frecuencia, generar en él poderosas fuerzas de exigencia y una propensión al odio, que puede causar más adelante grandes dificultades. Los estudios hasta ahora realizados muestran que es en la temprana infancia cuando se genera la dificultad para regular la ambivalencia entre el amor y el odio y la importancia que tiene el atender las necesidades vitales del niño de amor y seguridad.

Otro acontecimiento que puede ocasionar alteraciones en un niño es la vergüenza y el miedo. Nada ayuda más a un niño que poder expresar sus sentimientos de odio y celos de un modo ingenuamente directo y espontáneo y no existe tarea parental más valiosa que la de mostrarse capaz de aceptar con ecuanimidad expresiones de amor filial como “te odio, mamá” o “papi, eres un animal”. Soportando estás descargas mostramos a nuestros hijos que no nos asusta su odio y que estamos seguros de que puede ser controlado. Y es más, proporcionamos al niño la atmósfera de tolerancia en la que puede prosperar el autocontrol.

A algunos padres les resulta difícil creer que tales métodos son sensatos o bien eficaces y les parece que hay que inculcar a los niños la noción de que el odio y los celos, no sólo son perniciosos sino que también son potencialmente peligrosos. Hay dos métodos corrientes para hacerlo. Uno de ellos consiste en la expresión violenta de desaprobación, a través de castigos; el otro, más sutil y basado en la explotación del sentimiento de culpa, estriba en mostrar al niño lo ingrato que es y el dolor, tanto físico como moral, que su comportamiento causa a sus “sacrificados padres”. Aunque ambos métodos están destinados a controlar los malos impulsos del niño, la experiencia clínica indica que ningunos de ellos logra mucho éxito y que ambos exigen un pesado tributo de infelicidad. Los dos métodos tienden a hacer que el niño se sienta temeroso y culpable, que reprima sus sentimientos y, por tanto, le resulte más arduo que fácil obtener un control sobre los mismos. Ambos tienden a crear personalidades difíciles, el primero (los castigos) dando lugar a rebeldes y, si tales castigos son muy severos, a delincuentes; el segundo (la vergüenza) a sujetos neuróticos cargados de sentimientos de ansiedad y culpa.

Los niños necesitan amor, seguridad y tolerancia, ¿pero es que no tenemos que frustrar jamás a nuestros hijos y dejarles hacer cuanto les apetezca? ¿Existe la creencia de que evitar la frustración dará entonces lugar a que los hijos se conviertan en bárbaros descendientes de unos padres pisoteados por sus hijos? Vale la pena examinarlas con detenimiento.

En primer lugar, las frustraciones que en realidad importan son las relativas a la necesidad que tiene el niño de amor y cuidado por parte de sus padres. Siempre que estas apetencias queden satisfechas, las frustraciones de otra clase importan poco. Ello no quiere decir que sean particularmente buenas para él. Desde luego, el arte de ser una buena madre o un buen padre depende, en parte, de la habilidad para distinguir aquellas frustraciones que deben evitarse de las que son inevitables.

Puede evitarse una inmensa cantidad de conflicto y enfado en los niños pequeños y una pérdida de paciencia por parte de sus padres mediante procedimientos tan sencillos como presentar al niño un juguete adecuado antes de que intervengamos para quitarle de sus manos la mejor porcelana que tiene de su madre, o bien convencerle para que se acueste, con tacto y sentido del humor, en lugar de exigirle una rápida obediencia, o bien permitirle elegir su propia dieta y comérsela a su modo, incluyendo, si le gusta, un biberón, aunque tenga dos o más años de edad.

La cantidad de enfado gratuito y de irritación que surgen de nuestra expectativa de que un niño de corta edad se adapte a nuestras propias ideas sobre qué, cómo y cuándo ha de comer, resulta a la vez ridícula y trágica y ello más en la actualidad, cuando disponemos de tantos y tan cuidadosos estudios que demuestran la eficacia con que los lactantes y los niños en la primera infancia pueden regular sus propias dietas, así como lo conveniente que resulta para nosotros mismos adoptar estos métodos (Davis, 1939).

Existen, desde luego muchas situaciones en la guardería en las que puede evitarse la frustración, con efectos beneficiosos sobre el ánimo de todos, pero hay otros casos en los que esto no es posible. Los fósforos son peligrosos, las porcelanas pueden romperse, la tinta mancha la alfombra, los cuchillos pueden herirlos o herir a otro niño ¿cómo podemos evitar tales catástrofes? Lo que primeramente ha de hacerse es guardar las cerillas en sitio seguro y colocar la porcelana, la tinta y los cuchillos fuera de su alcance. Luego, habrá que intervenir de modo tranquilo, pero firme.

Resulta curioso el hecho de que muchos adultos inteligentes piensen que el castigo es la única alternativa que existe a dejar que un niño se comporte desordenadamente. Un modo de proceder consistente en una intervención firme, pero serena siempre que el niño realice algo que deseamos deje de hacer, no solo crea menos rencor que un castigo, sino que también es más efectivo a la larga. Para Bowlby, en los primeros años de la vida de un niño es innecesario y está fuera de lugar el castigo, porque pueden crear males muchos mayores en cuanto a la ansiedad y odio.

Se tiene la creencia de pensar que el castigo es eficaz como un medio de control. Para niños mayores y adultos tiene sus aplicaciones como método auxiliar de otros sistemas, pero no en los primeros años de vida. Afortunadamente, con bebés y con niños pequeños resulta fácil practicar una intervención tranquilizadora. En caso de apuro podemos coger en brazos al niño y llevárnoslo. El precio que ello exige es nuestra presencia casi constante, ¡precio que vale la pena pagar!

En cualquier caso, es errónea la noción de que a los niños pequeños se les puede inculcar disciplina, haciéndoles obedecer normas, de modo que se porten bien incluso en nuestra ausencia. Los niños pequeños aprenden rápidamente lo que nos gusta y lo que nos desagrada pero carecen del aparato psíquico necesario para cumplir siempre nuestros deseos cuando estamos ausentes.

A menos que se aterrorice a un niño hasta sumirle en la inercia, el empeño en inculcar disciplina a niños pequeños está condenado al fracaso y, a quienes lo intenten, al agotamiento y frustración. Nadie mejor que una hábil profesora de guardería-escuela como ejemplo de ejercer una intervención firme, pero cariñosa, a partir de la cual podemos continuarla los padres. Hay que constatar que esta técnica de intervención cariñosa no sólo evita la provocación de rabietas y rencor, aunque éste sea inconsciente. Ello, resulta inseparable del castigo y también proporciona al niño un eficaz modelo de regulación de sus conflictos. Le muestra que la violencia, los celos y la ansiedad pueden ser dominados mediante medios pacíficos y que no se necesita recurrir a métodos drásticos de condena y castigo que, al ser copiados por un niño, pueden resultar distorsionados por su propia imaginación primitiva en un patológico sentimiento de culpa y un cruel autocastigo.

Winnicott, siguiendo a Melanie Klein, expuso antes que Bowlby esta técnica:

en los seres humanos existe un germen de una moralidad innata, el cual, en caso de tener oportunidad para desarrollarse, proporciona a la personalidad infantil los fundamentos emocionales del comportamiento moral. Se trata de una noción que sitúa el concepto de preocupación primordial por los demás, o bondad original, la cual, en caso de que se den las circunstancias favorables, logrará predominar.

John Bowlby

Serie de conferencias.

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