Reimaginar la educación

Reimaginar la educación

Pedagogía, neurociencia y mitología

En la pasada conferencia en el Parque de las Ciencias “Imaginar la Educación” Francesco Tonucci,  habló de que “la vocación de la escuela debería de ser  promover en el niño su naturaleza, dijo que  los primeros años son los más importantes de toda la vida…hay funciones cerebrales que se pierden después de estos primeros años”. Unos meses antes en el mismo lugar Alberto Ferrús, en su conferencia  “El cerebro que enseña y el cerebro que aprende”, desde un enfoque desde la neurociencia habló de las funciones neuronales que trabajan velozmente en los primeros años en el niño y de la importancia de trabajar en estos primeros años del desarrollo del niño.

Recordé  un cuento, la historia de Poder, es un cuento mitológico que rescata bellamente estás palabras. Pero antes me gustaría comenzar contextualizando un poco más.

El título de la conferencia de Frato, “Imaginar la educación”, me llevó a recordar que hace tiempo presenté una plática que se llamó “el alma de la educación”. En esta conferencia se habló que uno de los síntomas de esta pérdida del alma de la educación está en que hemos olvidado el valor de las palabras, hay un empobrecimiento de nuestro lenguaje, la tendencia a reducir las palabras a su mínima expresión, en vez de regresarles su grandeza original. Por qué no hacemos lo mismo con algunos términos que forman parte del léxico educativo y con ello volvamos a imaginar la educación.

Empezamos con un término que está muy ligado a la educación, al aprendizaje, que es la memoria. Desafortunadamente hemos reducido la memoria a la retención de información, información que necesitamos para pasar un examen. Sin embargo la palabra memoria deriva de una diosa que se llamó Mnemosine: la diosa de la memoria, que fue una de las primeras esposas de Zeus. Zeus y Mnemosine dieron lugar a las nueve musas –musa significa: inspiración, lo cual significa que la memoria es el origen de la inspiración. Es decir, que la inspiración viene de la memoria, por lo tanto no es fuente de datos, sino una fuente de inspiración.

Bajo esta perspectiva la memoria no es algo que solamente nos lleve al pasado sino que si se trata de una fuente de inspiración también nos puede proyectar al futuro.

Es decir, con la memoria no solo podemos retroceder sino también avanzar porque nos remonta a los orígenes de algo, el origen, por ejemplo, de nuestro nacimiento.

Antiguamente, ese origen se concebía como algo sagrado y el papel de las parteras era tratar –no solo de ayudar a la madre a dar a luz, sino a leer cuáles eran los signos que permitían tener claves o pistas sobre aquello que estaba ingresando al mundo con esa criatura. Es decir, aquí tenemos una visión del nacimiento, según la cual con el nacimiento de esa criatura especial, algo está queriendo ingresar al mundo con el nacimiento de cada niño. Por lo tanto las parteras no solo tenían la función práctica de ayudar a la madre a parir sino la de convertirse en una pareja del alma del niño.

Esto nos recuerda –como las palabras de Tonucci- la importancia del papel del educador, como ese partero que cuida de los talentos del niño, algo que regularmente los padres no pueden hacer porque la labor del padre es cuidar del niño, y generalmente están muy ocupados en trabajar para cuidar de que no le falte de nada –que si le da frío, que si le da fiebre, etc.- por eso las parteras cuidaban de lo que el niño trajo, del regalo que vino a traer.

Platón decía que el maestro es el partero del alma, de manera que es el maestro quien está en una posición perfecta para cuidar del alma del niño para atender el regalo que trajo.

Existe un bello mito entre los mayas que cuenta la historia de Poder.

Cuando Poder nació las parteras que estaban asistiendo a su parto vieron que el niño llegó con dos magníficos regalos: una capa verde y una cubeta de agua. Pero tan pronto como nació, las parteras tomaron los regalos de Poder, y se los llevaron lejos de allí, los fueron a dejar en lo alto de la montaña sagrada.

Mientras tanto Poder creció como cualquier niño, y no volvió a ver los regalos con los cuales había llegado al mundo hasta que entrado en la adolescencia empezó a preguntarse: “¿qué es lo que él había traído para darle al mundo? Y ¿qué es lo que el mundo tenía que ofrecerle a él?”.

 

Así que empezó a preguntar y a buscar y estuvo así hasta que le hablaron de la montaña sagrada y subió a ella para encontrarse con sus poderes y cuando después de muchas aventuras pudo llegar por fin a la cima encontró allí a sus madrinas quienes le dieron sus regalos y le enseñaron cómo podía usarlos.

Entonces Poder se dio cuenta que tenía el poder de entrar en las nubes, hacer llover y como en esa región las lluvias eran muy escasas, Poder se cubrió de gloria porque era el hacedor de lluvias.

El caso es que un día nació un niño pero las parteras no estuvieron, de modo que nadie estuvo allí para ver, y para recoger sus regalos así que cuando en la adolescencia quiso preguntar por esos regalos no hubo montaña sagrada, ni parteras y sólo sucedió que supo de un tal Poder que era muy famoso y empezó a envidiarlo.

Hasta que un día que Poder se distrajo, tomó sus poderes pero sin ser los suyos, ni saberlos usar, así que empezó a crear lluvias torrenciales que inundaron los ríos y que hicieron que se desbordaran, vinieron huracanes, tormentas y tsunamis hasta que toda la tierra quedó anegada.

Desde entonces y por las lluvias intensas pero sobretodo por la tristeza de aquellos desastres, las miradas de la gente se nublaron con el dolor de la tragedia y esa es la razón por la cual, desde entonces ya nadie pueden ver los regalos con los cuales los niños llegan a este mundo.

 

La sabiduría de esta historia es que todos somos Poder pero que tan pronto como venimos al mundo perdemos de vista los regalos que trajimos. Para los griegos, al igual que otras culturas, el nacimiento era un olvido, y que al nacer perdíamos el conocimiento de aquello que habíamos venido a realizar.

Afortunadamente esa memoria no se pierde del todo y siempre es posible recuperarlo. ¿Cómo? Cuando llega la adolescencia todos nosotros buscamos a alguien que tenga un talento similar al nuestro, como todavía no lo podemos ver en nosotros, lo proyectamos en él o en ella, y es así que todo adolescente está en la “caza” de ese maestro en quien puede ver sus dones.

Esa es la razón por la cual siempre necesitamos reconocimiento, y es falso que tú puedas darte ese reconocimiento porque ni siendo el mejor violinista, o pianista, o escritor es posible sustituir el reconocimiento del escritor, del pintor, o del artista que ve ese poder, ese talento en ti.

La palabra educar quiere decir sacar a la luz y eso es exactamente lo que debe de hacer el maestro: sacar a la luz lo que el niño trae, dar a luz los poderes del niño. Pero esto significa que el niño viene con algo que no nace como una tabula rasa sino que viene inscrito y lo único que necesitamos es evocar ese texto, o ese pretexto que es su mito de vida.

Hay otros dos términos que me gustaría resignificar que son: escuela y academia. Hoy en día pensamos en la escuela como el lugar en donde se da la instrucción pero originalmente la escuela no era el edificio –propiamente- sino el lugar del saber. Otra acepción de la palabra escuela es: el lugar del ocio. Es decir, se creía que la escuela era el lugar del ocio, porque en primer lugar sin ocio no puede existir la contemplación y sin la contemplación no hay espacio para la creatividad. Cuando queremos ocupar cada segundo del programa educativo en cosas “útiles y prácticas” estamos dejando fuera el alma de la educación porque no habría tiempo para entretener aquellas ideas que no muestran una aplicabilidad inmediata, o una funcionalidad. De alguna manera estás fueron las mismas palabras de Tonucci cuando al comienzo de su conferencia habló de que los niños se aburren porque el programa académico no corresponde con algo que sea útil para el niño en su etapa de vida.

Walt Whittman decía: “Paseo e invito a pasear a mi alma”.

La educación tendría que dejar un poco de lado los programas y las necesidades de “cubrir con los programas” para recuperar este carácter de paseo. Desafortunadamente la educación está regida por el dios Cronos, que es el dios del tiempo, porque todo en nuestras escuelas y centros de formación está en  función del tiempo.

Si lo pensamos desde un punto de vista mitológico (como lo intento hacer desde el comienzo de este artículo), mientras sigamos preocupados por el tiempo no tendremos espacio para lo mítico, porque lo mítico sucede sólo cuando perdemos la noción del tiempo. De modo que la sobre preocupación con el tiempo es una forma de permanecer desmitologizados. Pero sobretodo valdría la pena recordar que Cronos tiene la desagradable tendencia de “comerse a sus hijos”.

¿Será que en la mayoría de las escuelas y centros educativos los engordamos de información sólo para que se conviertan a la larga en un bocado apetitoso de la maquinaria imperial?

Siempre es bueno saber cuál es el “dios” al que dices servir y cuál es el “dios” –valor- al que realmente sirves. La única manera de recuperar el santuario de la educación es reconocer cómo está siendo usurpado por otros “dioses”.

Es interesante saber que en el mundo antiguo prácticamente no existían las horas, porque no existían los relojes. Las horas –por las que ahora estamos tan preocupados, y a veces obsesionados,- sobre la duración de las cosas. Durante mucho tiempo sólo existieron en la práctica las horas del día, porque una vez llegada la noche nadie marcaba las horas.

Finalmente hay una palabra muy interesante que es: Academia. Hoy en día hablamos de academia como una especie de Olimpo intelectual. Resulta interesante saber que tan distorsionada se encuentra nuestra visión de la academia cuando sabemos que originalmente se refería a ese lugar arbolado en las afueras de Atenas donde se reunían los discípulos de Sócrates y Platón, en la famosa academia.

La palabra academia viene de un personaje de la mitología griega que se llamó: Academo, que era todo menos un intelectual, y en cambio era un cuidador de árboles. La historia más significativa de Academo lo liga con los gemelos: Cástor y Pólux quienes estaban buscando a Helena que había sido raptada.

Ahora bien, cuando en la mitología griega se nos dice que Helena es raptada esto no significa solamente que una mujer muy bella ha sido secuestrada, sino que significa que la belleza misma ha sido raptada. Porque Helena es el arquetipo de la belleza, pero también de la verdad porque la belleza debe llevarte a la verdad. La belleza actúa como un señuelo que seduce al espíritu del estudiante y lo hace avanzar por el camino de las escalas ascendentes del amor y del conocimiento.

Luego entonces los gemelos estaban buscando la belleza y en el camino se perdieron y fueron a dar con este cuidador de árboles que se llamaba Academo, con quien tuvieron una conversación que les permitió reorientarse para poder recuperar la belleza y la verdad.

El mito nos dice que muchas veces en el camino de nuestra vida nos sentimos desorientados, y necesitamos encontrar esos espacios arbolados –las academias- donde podamos tener la clase de conversación que nos pone otra vez en el camino de encontrar: la belleza y la verdad. Eso es lo que sería una: Academia.

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